Hay conceptos que, sin pretenderlo, la sociedad va desvirtuando y desprestigiando con el paso del tiempo. Conceptos, que originariamente conllevaban mucha más carga emocional, mayor profundidad, de lo que hoy en día significan.
Uno de estos conceptos, que tanto ha perdido su esencia, hasta el punto de llegar a prostituirse, es el nuevo significado que la sociedad actual ha dado, acuñado, al término viajar.
Viajar, se ha convertido en ir a una región, país o continente desconocido hasta el momento, para intentar llegar a ver todo lo (im)posible, como si de una carrera de velocidad se tratara, donde el primer premio, es haber visitado más lugares que tus amigos, familiares o compañeros de trabajo, sin importar nada más, que dar una imagen al resto de tú entorno, de ser una persona aventurera y/o «viajera». Falsa imagen, todo hay que decirlo, ésta última representación de aventurera/aventurero. Un concepto más, desvirtuado, desvalorizado nuevamente, por la sociedad de hoy en día.
«Viajar». Ahora llamamos viajar, a lo que siempre se ha llamado hacer turismo, y… ¡Ni siquiera hacemos justicia a ese término, a esa filosofia!
Hacer turismo, es incluso mucho más. Las personas que lo practican, las cuales tienen todo mi respeto, antes de elegir un destino, cuanto menos, estudian meticulosamente los monumentos o lugares significativos y emblemáticos del lugar, de éste modo, además de sacarse la rigurosa foto, crecen culturalmente y sienten la esencia del lugar, centenario o milenario, que tanto tiene que contar a la humanidad, sobre el comportamiento mismo, del propio ser humano.
Millones de personas se sacan una instantánea en la gran e impactante muralla china, y la mayoría, ni siquiera conocen su historia. Lamentable.
VIAJAR
Viajar, es mucho más que ver mil monumentos a todo correr. Viajar es desprenderse del reloj, olvidarse de la hora, el minuto y el segundo.
Viajar, es liberarse del estrés habitual al que estamos encadenados, y sentir la libertad. Dejarse llevar, como cuando eras un niño y permitías que tu imaginación creará mundos en los que no había imposibles, sino posibles, llenos de magia. Magia, que tú creabas, no lo olvides.
Viajar, es perderse por las calles menos transitadas de un lugar, sin importar llegar a esa edificación por la que morimos si no conseguimos sacar la famosa imagen a modo de selfie, y del que obviamos, de manera pueril, su historia.
Viajar, es adentrarse en tascas que no aparecen en páginas como TripAdvisor, establecimientos en los que se percibe y disfruta, la verdadera, auténtica y típica gastronomía del lugar. Sitios que no se encuentran, (casi) nunca, en cercanías de los tan ansiados monumentos.
Viajar, es algo tan simple, como sentarse a tomar un café, y observar cómo se comportan las personas del lugar, los oriundos.
Viajar, es interactuar, pero sobretodo, conocer, dialogar con las personas de esos emplazamientos tan carismáticos. Conocer su realidad, su manera de vivir, pensar y ver la vida.
Ya lo decía el gran Miguel De Unamuno, "Los nacionalismos, se curan viajando".
Viajar, es irse a otro lugar, poner tierra de por medio y alejarse de todo y todos, para encontrarse a uno mismo.
Viajar, es olvidar quién eres, tú origen, tú entorno. Des-recordar lo vivido, lo pasado, lo acontecido.
Viajar es crear, generar nuevos recuerdos, que sobre-escriben recuerdos lejanos, en memorias limitadas, que agradecen inconscientemente, nuevas experiencias.
Viajar, es necesario para que cuando vuelvas a tú tan temida rutina habitual, tengas la capacidad de relativizar las situaciones o circunstancias adversas, así como los momentos estresantes a los que te ves sometido, día tras día.
Viajar, es darse cuenta que existen otras realidades, y que la tuya, en la que estás inmerso, no tiene porque ser la mejor, simplemente, es diferente, y lo diferente, siempre enriquece.
Viajar, es darse cuenta que hay otra manera de hacer las cosas.
Viajar, es, exactamente lo contrario, a lo que creemos que hacemos hoy en día, cuando visitamos como aventureros, «viajeros», nuevos mundos.
Viaja, pero hazlo para seguir creciendo. Para que tu mente se abra y descubra nuevos horizontes, nuevas perspectivas, que amplíen aún más, tu forma de ver la vida.
Para terminar este post, os dejo un pequeño extracto de un vídeo que tuve la suerte de grabar en el aeropuerto de Bérgamo, Milán.
Antes de dejaros con él, os pongo en situación, para que podáis percibir aunque sea un poco, lo que pude sentir en aquel instante.
Imaginaros el siguiente contexto: Un aeropuerto internacional, y en medio de las puertas de embarque, lugar, en el que unos regresan a sus países o regiones de origen, y otros emprenden con ilusión sus tan merecidas vacaciones, evocar, visualizar, en medio de todo ese gentío y los famosos «Last call» de magafonía, un piano. Un piano de color negro, de tamaño medio, con la siguiente leyenda inscrita en él: «Piano del pueblo». Lo que sucedió, os lo muestro a continuación en unos escasos segundos.
Hay miles de pianistas, que seguramente, tengan mayor destreza a la hora de interpretar una obra musical. Pero no existe, dinero en el mundo, que pueda pagar un espectáculo tan auténtico, real y espontáneo, como el que pude vivir ese día. El cual, surge en un aeropuerto, al colocar un instrumento al alcance de todos. A eso, yo, le llamo magia.
Gracias chica del piano, ya que mi timidez impidió dártelas en persona, por hacer mi espera tan diferente, especial. Gracias por hacer magia, y hacernos sentir con cada nota, un sentimiento, expresado con tanta belleza.
Carlos Ramajo para –MiFaDeLoSu–