Como ya sabéis algunos de vosotros –MiFaDeLoSu– es ante todo, un blog personal. Un lugar donde los pensamientos fluyen a modo de reflexiones que plasmo en diferentes posts los martes de cada semana como norma general.
Reflexiones que reflejan mis más profundos pensamientos sobre diversos sentimientos, en ocasiones marcados por situaciones personales acontecidas en los momentos que decido dar rienda suelta a la creatividad, aunque ello conlleve un desnudo integral de mi propia alma.
Aún así, algunos de vosotros a través de mensajes privados habéis mostrado vuestro interés por saber un poco más de la persona que se refugia tras las siglas de MiFaDeLoSu, lo cual agradezco enormemente. Es por ello que en esta ocasión he decidido escribir, a modo de reflexión como no podía ser de otra manera, una tradición o costumbre un poco más íntima que hasta el momento he guardado para mi y «los míos» y que refleja a la perfección mi singular manera de ver la vida.
Esta peculiar costumbre surgió hace ya unos cuantos años y a pesar de los cambios sufridos sentimental y emocionalmente, decidí mantenerla ya que el momento que se crea con su posterior recuerdo hace que cada instante sea diferente y sobre todo especial, convirtiéndose a lo largo de los años en una especie de resumen de vida a través de los elementos que describo unas lineas más abajo.
Resumen que se reduce a unos simples pero valiosos «corchos de vino«. Corchos de vino tinto, vino blanco, rosado, espumoso… En definitiva, diferentes caldos con diferentes denominaciones, catalogados algunos de ellos como crianzas, reservas, del año o cosecheros, sin importar tanto su valor económico como sí un valor sentimental. Este último de un incalculable estima para mi persona.
Corchos de diferentes clases de vino que un día decidí conservar tras una apertura merecida, junto a las personas que se ganaron un lugar en mi vida a modo de recuerdo físico. Corchos que a día de hoy tienen la capacidad de evocar, incluso transportar a través de los recuerdos a aquellos precisos instantes. Piezas, todas ellas pertenecientes a botellas que fueron descorchadas y en alguna que otra ocasión decantada, en momentos únicos junto a personas que a día de hoy puedo afirmar, importantes a lo largo de mi vida. Elementos, denominados coloquialmente como tapones, provenientes todos ellos de diferentes árboles, estos últimos símbolos de vida, que representan todo tipo de vivencias y experiencias pero sobretodo y ante todo personas.
Personas con las que tuve la fortuna y el placer de compartir un momento muy, muy especial, incluso en ocasiones de máxima intimidad. Todas y cada una de ellas, en ese preciso momento, personas que brindaron, nunca mejor dicho, un instante mágico que únicamente pertenecerá a nuestro recuerdo. Personas que marcaron de por vida etapas de la misma que nunca olvidare y a las cuales siempre estaré agradecido por el simple hecho de haberme acompañado durante un trayecto del camino.
Etapas vividas, pasadas y superadas que ahora, en plena madurez física y emocional, permiten echar la vista atrás ofreciendo una curiosa visión de la vida: «La vida son momentos, instantes del día a día que van pasando mientras planeas y planeas infinitamente dejando escapar la felicidad de cada experiencia sin ni siquiera ser consciente de ello, en busca de una felicidad futura efímera e irreal. Si eres capaz de saborear cada experiencia en el momento en el que ocurre, felicidades. De eso se trata la vida.»
Y éste, el que hoy decide desnudarse un poco más ante vosotros si cabe, soy yo. La persona que en esta ocasión decide escribir un «post» un poco más íntimo y descriptivo sobre su persona. Una persona que tras una ruptura sentimental, decidió prestar más atención precisamente a eso, a los sentimientos que siente con cada experiencia que vive en su día a día.
«Vino, enseñarme el arte de ver mi propia historia, como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.»
Carlos Ramajo para –MiFaDeLoSu–