Miro a mi alrededor y observo una inmensidad de relaciones sin sentido o de conveniencia. Sin sentido porque carecen del elemento principal para que una relación se desarrolle con el propósito por el que surgió, el amor. De conveniencia no por algo tan banal como unos intereses económicos, no; Algo más alarmante y preocupante aún: intereses emocionales.
Somos una de las generaciones con más oportunidades y mejor formación académica de la historia. Una generación deseosa y ansiosa de una difícil pero alcanzable independencia personal y aún así seguimos dependiendo emocionalmente de otras personas. La necesidad de ir acompañados obligatoriamente en el viaje de la vida, continua jugándonos muy malas experiencias.
Resulta curioso e impactante a su vez, como en la actualidad muchas parejas comparten su vida simplemente por el hecho de sentirse acompañadas sin ni siquiera sentir algo más allá de un cariño forjado y casi forzado a través de los años. La soledad o el sentimiento de la misma es tan cruel que nos induce a estar aferrarnos a alguien a quien ni siquiera amamos con los mínimos imprescindibles y necesarios con tal de rehuirla.
Y es que nos embarcamos en relaciones porque la sociedad así nos lo dicta desde que nacemos. Un ideal que se programa en nuestras mente a temprana edad como modelo de vida perfecto. Crecer, desarrollarse e incluso antes de conseguir una madurez como persona tenemos la curiosa e imperiosa necesidad de encontrar a alguien «especial» que nos acompañe en el camino. Una persona con quien iniciar un proyecto de vida de por vida, para perpetuar unos genes comunes. Tener pareja y descendientes es el camino a seguir si queremos tener una vida plena y feliz. La única diferencia existente respecto a nuestros antepasados, es que hoy se aceptan los diferentes tipos de relaciones de pareja existentes sin tener que pasar por un altar y mucho menos necesitar la aprobación de una institución que imponía sus propias creencias religiosas.
La realidad es que existen infinidad de parejas infelices y multitud de solteros felices y viceversa. Los primeros por temer a la soledad y los segundos por ansiar un falso ideal. Y es que la felicidad no depende de la situación civil en la que nos encontremos. La felicidad tan solo depende de uno mismo, de su perspectiva de vida. Conozco personas que aun teniéndolo todo son incapaces de disfrutar del sabor de un simple pero buen café y personas con grandes carencias capaces de saborear cada sorbo de ese mismo café.
La independencia emocional consiste en alcanzar un estado emocional que precisamente no depende de otras personas. Tener una vida socialmente amplia y plena como para no necesitar estar con alguien sentimentalmente por el hecho de no estar solo, es la estrategia perfecta para combatir este tipo de relaciones auto obligadas que tarde o temprano nos llevan al fracaso y a la infelicidad. La infelicidad de estar con alguien a quien no amamos realmente.
Carlos Ramajo para –MiFaDeLoSu–
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